lunes, 12 de agosto de 2013

BOHEMIAS HISTORIAS: Oasis Perdido

Todos los días siempre decía el último. El último lunes, el último martes… hasta llegar al domingo donde definitivamente me apagué. Me apagué por el simple hecho de que hacía tanto tiempo que no pasaba un verano disfrutando en Lanzarote, que no quería dejar ese oasis. Y digo quizás, porque el verano que viene no sé si tendré vacaciones y quizás sea el último que pueda disfrutar plenamente y sin las prospecciones de por medio.

Dedicar tiempo a no tener horarios, a disfrutar del sol, de nuevas caras, de meditaciones en plena soledad, de sentir que me rodeo de gente que se alegra de que sea feliz. Disfrutar de esas nuevas caras, de conversaciones sorprendentes, de frikadas a las que me estoy volviendo fan.

Volver a sentir ese pequeño malestar, con ese sonido característico que hacía tres años no escuchaba, ese sonido eléctrico, mientras la tinta se introduce bajo las capas de mi piel, para formar parte de mí, hasta que deje de existir; donde alguien nuevo lo hace de forma desinteresada y con mucho gusto. Sentirme una obra de arte andante, sentir que soy una delincuente o que estoy loca por hacer lo que más me gusta.

Rodearme de artistas, algunos quizás no se den cuenta de que lo son, otros se le creen demasiado. Hacer de un martes normal en los nuevos “marnes” y caer extenuada en el sofá de una conocida que ya pasa a ser amiga. Tener meriendas improvisadas, enganchados a la consola, donde descubro que soy buena jugando a los bolos y al béisbol, mala al Mario kart y regular en las carreras de vacas…

Reencuentros emocionantes, pasar del metal que tanto me gusta, a charlas y confesiones pendientes por una amiga de la que he sido capaz hasta de tatuarme lo mismo que ella. Conocer aún más a mi compañero de aventuras, todo un lujo poder verle al despertar y antes de dormir a deshora, con susurros que queda entre los dos y que me hacen sentir protegida, con miradas silenciosas que parecen que ven tu alma y que por timidez, evito.

Estallar de risa, sorprenderme ante la elocuencia etílica de mi colega de relatos, que siente unas ganas tremendas de pedir siempre perdón en ese estado, cuando en realidad está brillando con luz propia ante sus conversaciones interesantes sobre frikadas y cine, ante sus colegas con los que pude disfrutar de unas horas maravillada ante el enriquecimiento cinéfilo y los diferentes puntos de vista, las cosas en común y sorpresas. Sentirme halagada al final de la velada, de otra noche de bares, de mi última noche de bares en vacaciones, donde sentados en la acera a altas horas de la madrugada, le enseño fotos y se queda maravillado ante fotos que hago a mis adorados gatos, donde creo que trata de subirme la autoestima y motivarme para que aprenda y salga un poco de esta rutina que me cansa.

Llego a casa, acostumbrándome a esa rutina, que me gusta, pero a la vez quiero huir de ella y probar cosas que realmente me gusten. Me queda la imaginación y el buen sabor de boca que me han dejado seres conocidos y otros nuevos. Y en realidad, sólo espero que al igual que disfruté tanto de mis amigos como de los nuevos, ellos hayan disfrutado de mi parcela de mundo que me gusta compartir. Trato de no pensar que es el fin, trato de que esos momentos me ayuden a afrontar lo venidero. Trato de no tener otro día catastrófico y sin luz. Y entonces es cuando hago memoria y me enorgullezco de lo que soy, de mi familia, de lo que he conseguido, por lo que lucho, las risas que me quedan y cómo no… perderme entre su pelo alborotado y sus ojos llenos de amor infinito y pensar que seguirá a mi lado generando luz cuando lo necesite, al igual que yo haría por él.


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Último lunes: Llego a casa de mis colegas, una de ellas está muy hecha polvo y de muy mal humor, sí, tiene la regla. Acostada en el sofá, mientras le hablo veo cómo se agarra el estómago y le pregunto si el niño de su interior le está comiendo las entrañas. Al rato llega mi amigo fotógrafo y su novia, de la cual también tiene un niño en su interior desgarrándola por entera. Por lo que su novio se dedica a hacer la cena.

Último martes: Después de dar un paseo caluroso por el litoral y de dibujar al aire libre, cosa que no hacía desde el instituto, me reuno por la tarde con mis colegas, de las cuales dos de ellas llevan bebiendo desde las once de la mañana mientras iban de compras. La tarde iba genial hasta que una de ellas le da una bajona porque su mejor amiga se iba a la península a finales de verano. Luego todo fue confuso y mezclado, recuerdo footing, galletas con caramelo líquido y humo que daba mucha risa.

Último miércoles: Llegamos tarde a la exposición de fotografías, y con mucha hambre atacamos los sándwiches mientras mi amiga cataba el vino en vasos de plástico de las que ella odiaba. Hacía mucho calor ahí dentro, por lo que decidimos terminar pronto la noche porque el “Juernes” estaba a la vuelta de la esquina.

Último “Juernes”: La contraseña de hoy es: “¿aquí se hacen tatuajes gratis?”. Al llegar a casa de mis colegas veo a la tatuadora haciendo su trabajo sobre la piel de mi amiga, su novio también lleva esperando a hacerse el suyo. Ella lleva dos tatuajes con referencias egipcias y un símbolo del infinito, del que yo pensaba que le iba a salir con forma de siete. Mi amigo fotógrafo se hace un tatuaje de esa travesti tan famosa que anda por los bares poniendo música y haciendo performance. Es la primera vez que tatúan a mi amigo de manera que sienta dolor, pero lo aguanta sin ningún grito ni lágrimas en los ojos.

Último viernes: Ya todos estamos listos para los conciertos de música peluda, mi amiga se hizo un peinado rizo a lo afro, yo me puse mi gorro y gafas de piloto, y la hermana de mi amigo ya venía masticada de dos cubatas que se pegó en su casa antes de venir.
La novia de mi amigo fotógrafo nos presenta a su amiga. Yo hago fotos sin parar a los grupos, mientras mi amiga de los rizos me busca para pillarle birras. La novia de mi amigo se queda con su amiga hablando toda la noche de cosas que la hacen reír y emocionarse, entonces aprovecho ese momento de silencio entre ellas para hacerles una foto que inmortalice ese instante.

Último sábado: En la casa de la novia de mi amigo fotógrafo, me hincho a bocaditos y demás entremeses que ella prepara, y es que con ella no hay manera de morirse de hambre. Pasamos la tarde jugando a videojuegos, donde descubrimos que nuestra anfitriona es malísima en los juegos de conducción, pero menuda paliza nos dio en los juegos de bolos y de béisbol. Ya en la noche profunda nos vamos de bares, donde me quedo dormido en el coche de mi amiga, su novio está de subidón y mi otra amiga hace alarde de sus zapatos nuevos que la hacen más altas que yo. Hablamos de cine, mientras mi amiga me enseña fotos de sus gatos. Y el resto hablan cosas típicas de borrachos.

Último domingo: Me despierto muy tarde. No hay señal del resto de mis amigos, y creo que es mejor así. Que en este último día de las vacaciones de mi amiga, las pase relajada,ensimismada en sus pensamientos, que mucho nos ha soportado ya. Para mí ha sido un placer compartir esta última semana de vacaciones con ella, compartir relatos, risas, y buenos momentos. No sé si alguna vez volveremos a compartir una semana todos juntos. Pero mientras tanto nos queda el recuerdo, y esa sonrisa congelada en el tiempo impresa en esa foto hecha en un oasis perdido.



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